El protagonismo femenino en los movimientos migratorios actuales está reconocido pero no siempre se concedió la misma importancia al papel de las mujeres en ellos. Hasta no hace mucho la sociedad española tenía el arquetipo masculino de sus propios emigrantes, “pero esta idea responde a una imagen estereotipada que no refleja la realidad en toda su complejidad y que se ha construido desde los valores de la masculinidad”. Así se expuso en el ‘Encuentro de Mujeres Migrantes, España y Europa’, que se celebró el pasado día 5 en Bruselas.
Alrededor de cincuenta participantes y tres ponentes, acompañadas por el consejero laboral en Bélgica, participaron el pasado día 5 en el acto titulado ‘Rencontre Femmes Migrantes, L’Espagne et L’Europe’ y organizado por el Centro de Documentación de las Migraciones (CDM), de la Fundación 1º de Mayo, que tuvo lugar en la Casa de las Culturas de Bruselas, inscrito en el marco de la Presidencia española de la Unión Europea, informan los organizadores.
Los responsables del encuentro buscaron huir de las estadísticas y de los discursos políticos, para aproximarse a la vida cotidiana de las migrantes. “Optamos por una perspectiva más cálida que combina la mirada temporal de largo alcance que aporta la historia de las migraciones; la mirada del arte, que nos aproxima al universo de las emociones, de los sentimientos y las vivencias, y la del testimonio personal de las protagonistas”, expone Ana Fernández, coordinadora del CDM y ponente en el encuentro.
Esa triple dimensión, explica, permite visualizar a las mujeres como protagonistas de sus vidas y desterrar la idea de que su papel en las migraciones fue secundario, subsidiario o complementario. “Nos parece que contribuimos así a construir una visión en términos más equilibrados y reales de los movimientos migratorios contemporáneos, que es, sin duda, uno de los objetivos del Centro de Documentación de las Migraciones de la Fundación 1º de Mayo”.
El acto, presentado por el consejero laboral, Ferrán Cardenal de Alemany, tuvo como ponentes a Eulalia Valldesora, artista; Josefa Marín, emigrante; y Ana Fernández Asperilla, doctora en Historia Contemporánea.
Objetivos
Fernández Asperilla explicó que el Centro de Documentación de las Migraciones de la Fundación 1º, al que representaba, al organizar el acto en Bruselas quiso visualizar a las mujeres en los movimientos migratorios. Hace apenas un par de años, la Universidad Libre de Bruselas organizó, bajo la dirección de la profesora Anne Morelli, dos seminarios internacionales con el objetivo de poner en valor el papel histórico de las mujeres en los procesos migratorios, políticos y económicos. Por ello, dijo, Bruselas era, en el corazón de la Unión Europea y en este período de presidencia española, el lugar idóneo para continuar sacando a la luz las migraciones femeninas. En la organización del acto, el CDM tuvo especialmente presentes a las españolas que protagonizaron el proceso migratorio más masivo desde España a Europa en la segunda mitad del siglo XX, y que, como Josefa Marín, se establecieron en Bélgica.
La historiadora señaló que con este acto el Centro quiso rendir homenaje a las que fueron emigradas económicas pero también a las que escaparon de la represión política en España, sin olvidarse de sus hijas, miembros de la segunda generación, ni de las ‘Niñas de la Guerra’. Hoy, estas mujeres, tras la incorporación de España a la Unión Europea y la promulgación del Estatuto de la Ciudadanía Española en el Exterior, son consideradas, de pleno derecho, ciudadanas españolas, a la vez que ciudadanas europeas.
No obstante, un segundo objetivo del encuentro era invitar a la reflexión sobre los procesos migratorios femeninos actuales, que tienen España y otros de Europa como destino. Por ello, seleccionaron el trabajo de Eulalia Valldosera, que presenta estas nuevas migraciones, que siguen reflejando elementos comunes a los procesos migratorios femeninos previos.
Reconocimiento actual
Fernández Asperilla observó que ahora nadie cuestiona y es evidente el peso de las mujeres en la inmigración económica procedente de Europa del Este, de África o de América del Sur. Su papel, apuntó, es decisivo en la construcción de las redes migratorias, como portadoras de información sobre los países de acogida, sobre las posibilidades profesionales, las dificultades administrativas, de vivienda, los riesgos, sobre las condiciones salariales o sobre el nivel de vida. Además, las mujeres envían a sus países de origen dinero e información, que a través de las redes familiares formales o informales, determinarán los flujos migratorios sucesivos.
Este protagonismo femenino está hoy reconocido pero no siempre se concedió la misma importancia al papel de las mujeres en los movimientos migratorios. En el pasado reciente e incluso actualmente, la sociedad española proyecta una mirada sobre el arquetipo del emigrado económico de la segunda mitad del siglo XX como el de un hombre joven, sano y en edad de trabajar, que se trasladaba desde España a Europa en busca de horizontes más prósperos, mientras que las mujeres se quedaban en el país de origen.
A lo sumo, se piensa que las mujeres emigraban en procesos de reagrupamiento familiar y que, por tanto, desempeñaban un papel secundario. Pero esta idea, mantuvo Fernández Asperilla, estudiosa de la materia, “responde a una imagen estereotipada que no refleja la realidad en toda su complejidad y que se ha construido desde los valores de la masculinidad”. “Es cierto que numerosas mujeres se reunieron con sus esposos o parejas a posteriori en el país de acogida, pero también las hubo que emigraron como pioneras”, señala.
La emigración, reflexiona, se presenta en el último caso como una decisión rompedora, revolucionaria en el contexto social en el que se producía. Abría las puertas a la emancipación económica y social femenina, “lo que explica que el gobierno español pusiera trabas a la emigración femenina, mientras que fomentaba la masculina”.
Mantiene que en ambos casos, como pioneras, si llegaron en procesos de reagrupamiento familiar o incluso cuando se quedaron en España, el papel de las mujeres, lejos del carácter subsidiario que se les atribuye, fue esencial, “pues las migraciones no eran el resultado de estrategias individuales sino que tenían una carácter colectivo o grupal, de modo que respondían a un esquema de reparto de tareas entre los que emigraban, los hombres, y los que se quedaban, a menudo las mujeres. Es decir, las que se quedaban formaban parte de la estrategia familiar y hacían posible la emigración masculina”. La marcha de los esposos hizo asumir a las mujeres, en la España de entonces, roles concebidos como masculinos, y por tanto, un protagonismo social impensable en otras circunstancias, apuntó.
También mantuvo que “históricamente las migraciones femeninas han sido un factor de modernización de las sociedades contemporáneas”. Las migraciones femeninas han contribuido, en las sociedades de acogida y en las de origen, a fomentar la incorporación de las mujeres al mercado laboral, sacándolas del espacio privado y del hogar. “Es decir, han servido para normalizar la condición de las mujeres como asalariadas. Incluso en plena Guerra Civil, en el bando republicano, cuando los hombres estaban en el frente, el derecho al trabajo asalariado continuó concibiéndose como esencialmente masculino”, detalló.
Según su exposición, en los países de sur de Europa, exportadores de mano de obra, las migraciones permitieron a las mujeres escapar de la pobreza, acceder a unas condiciones de vida más dignas, incorporarse al mercado de trabajo en mayor medida que en España y continuar en él tras el matrimonio o la maternidad y vivir en países más respetuosos y libres desde el punto de vista de la condición femenina y de los derechos políticos.
Las europeas del sur que emigraron pudieron familiarizarse con los valores democráticos antes que el resto de sus compatriotas que se quedaron en España, así como conocer los valores enarbolados por el movimiento feminista.
Las mujeres son, además, observó, un elemento central en los procesos de integración en los países de acogida, pues muy frecuentemente, frente al deseo masculino de retornar a España o a Portugal, son las mujeres las que prefieren permanecer en el país de acogida, donde se sienten cómodas y consideran que han alcanzado un estilo de vida satisfactorio, que podría verse perjudicado si se produjera la vuelta a su país de origen.
“Numerosas mujeres encontraron en la emigración una alternativa a las opciones que les ofrecía la España de las décadas de los años sesenta y setenta: el matrimonio o permanecer siendo solteronas, lo que era un calificativo despectivo. La emigración fue también una salida airosa para las mujeres embarazadas o las madres solteras, pues les permitía escapar del estigma social al que les condenaba esta condición”, añadió.
‘Objetos Migrantes’
Eulalia Valldosera, artista, presentó su trabajo ‘Objetos Migrantes’ (2001-2008), documental en el que tres inmigrantes residentes en Barcelona hablan del significado de los objetos perdidos, de los conservados o de los que reemplazaron en el curso de su experiencia migratoria.
Valldosera explicó que, como artista, uno de los principios de su trabajo es reciclar cosas que ya existen. La película es un experimento de viaje dentro de su propia ciudad, en el que llevó a cabo una labor de investigación y se propuso penetrar en las casas de mujeres inmigrantes que viven como ella en Barcelona.
Declara que como no es investigadora ni historiadora ni antropóloga, su método de entrevista no es profesional sino que pretende acceder a la intimidad de las inmigrantes, pues como artistas apela a los sentimientos. Las entrevistadas le hablaron de sus objetos a cambio de no salir en pantalla. Por ello, su entrevista no es al sujeto sino al objeto, que forma parte de un mapa que puede ser común a todos los humanos.
La artista reflexiona sobre cómo las cosas que poseemos actúan como un mediador entre nosotros y la realidad. Las inmigrantes entrevistadas se dan cuenta del poder que tienen para ellas los objetos comunes y se evidencia la necesidad de recordar a la persona que se marcha, a la persona que emigra, de modo que, concluye, la relación del inmigrante con los objetos que dejan atrás es más espiritual que la que tienen las personas que no emigran y es una relación similar a la actividad creadora de los artistas.
Experiencia dolorosa
Josefa Marín, del Movimiento Asociativo de Emigrantes Españoles en Bélgica, habló de su experiencia como emigrante; fue una intervención muy diferente de la anterior. Marín nació en 1933 y tres años después estalló la Guerra Civil en España. En ese momento, su padre permanecía escondido para evitar la represión franquista por no querer ir a la guerra. A su madre, que acababa de dar a luz, al no encontrar a su padre, se la llevaron a la cárcel junto a su hermana, que tenía diez días. Ella y un hermano de nueve años quedaron solos y desamparados.
Cuando su madre salió de la cárcel, al cabo de mes y medio, comenzó a trabajar en lo que pudo para mantenerlos y, con sólo diez años, Josefa empezó a trabajar como criada en diferentes casas, a cambio de la comida exclusivamente. Como le encomendaban tareas de adulto que ella, que era una niña, no podía realizar tuvo numerosos problemas, yendo de una casa a otra.
Recordó también que estaba obligada, tras terminar el trabajo, a ir a la iglesia a rezar el rosario. Querría que además de enseñarla a rezar le hubieran enseñado a leer y a escribir, que era lo que a ella le interesaba.
A la edad de 16 años la situación era tan tensa que se marchó de su pueblo a otra localidad, donde vivió durante seis años con una tía. Allí también trabajó a cambio de la comida. Finalmente, emigró a Barcelona, donde conoció a su marido. Al cabo de dos meses, éste se marchó a Bélgica, pues tenía preparados los papeles para emigrar. A ella le dio a elegir, y optó por irse a Bélgica. Para poder ir, el esposo tuvo que buscar una vivienda y se encontró con que los propietarios se negaban a alquilar a extranjeros o a familias con niños. Por ello, tuvo que ocultar a la casera que su mujer estaba embarazada de cinco meses.
Marín rememoró su llegada a Bélgica, completamente sola, y cómo al principio se ocultaba de la casera para que no viera que estaba en estado. Finalmente, cuando lo descubrió se hizo cargo de la situación y la ayudó mucho cuando su hijo nació.
Muy pronto, el bebé enfermó y tuvo que llevarlo al médico y al hospital, con la dificultad de comunicarse en una lengua que desconocía. Como vivían en una casa que no disponía de unas adecuadas condiciones de habitabilidad: una habitación y un comedor, los servicios sociales inspeccionaron la vivienda, pero no recibió ninguna ayuda. Tras la recomendación de que sacara a su hijo de aquellas condiciones, lo envió a España con sus padres. Al cabo de un año de separación, el niño continuaba enfermo y tuvo que desplazarse a Barcelona en busca de un remedio para él.
El alejamiento de su hijo fue duro y un motivo continuo de preocupación. Cuando regresaron a ver a su hijo, su padre y su madre eran dos extraños para él. El bebé identificaba a sus abuelos como sus padres y rechazaba a sus progenitores. Josefa narra cómo tuvo la convicción de que su hijo debía regresar a Bélgica con ella, independientemente de las consecuencias que tuviera para su salud, pues si pasaba otro año en España lo habría perdido definitivamente.
A pesar de no conocer el idioma y de las dificultades, la llegada a Bélgica supuso para Josefa “ver el cielo abierto”. Llegó a un país que le permitía sacar todo lo que llevaba dentro. Apenas tres años después se había concienciado políticamente y buscó las organizaciones políticas y las asociaciones que luchaban contra la Dictadura de Franco. Dice que en la actualidad sigue formando parte de asociaciones y partidos políticos. Cuando asistía a las reuniones, su marido se quedaba al cuidado del bebé.
En Bélgica encontró unas condiciones de trabajo más dignas que en España. Primero trabajó en el servicio doméstico y luego en una fábrica de componentes eléctricos. El cierre de la fábrica supuso su retirada del mercado de trabajo. No obstante, todo lo que ha conseguido, desde el punto de vista material, se lo debe a su trabajo en Bélgica, país en el que se siente integrada y contenta.
en la foto; Josefa Marín. Fuente, Crónicas de la emigración