11.22.2009

Frontera vertical y rito de paso: centroamerican@s migrando por México


La frontera es un territorio ambiguo, inestable, violento, en constante movimiento; un espacio que se redimensiona ante el permanente flujo de personas que transitan con su bagaje cultural a cuestas. La frontera se abre ante los ojos de quienes la penetran con una multitud de tonalidades que de manera continua revolucionan su fachada. La frontera ofrece también lo inesperado, producto de las constantes transformaciones que le dan vida a una geografía limítrofe que se significa como principio y fin, según sea la dirección en que se recorra. La frontera ofrece dos territorialidades que, aunque distantes y diversas, son complementarias. La frontera que vemos hoy, mañana será diferente. Pero las características evidentes que le dan sentido a las regiones fronterizas quedan atrás cuando se traspasa el territorio lindante. Al ingresar “tierra adentro” hacia un nuevo escenario, lo anteriormente visto queda a la vera del camino para dar paso a realidades diferentes, menos agresivas, menos cambiantes, más predecibles, incluso más “estables”. Sin embargo, estos escenarios no se suceden cuando se trata del tránsito que realizan los migrantes centroamericanos a través de todo el territorio mexicano. De tal manera que la frontera violenta que los recibe en los estados del sur se alza frente a ellos y los acompaña hasta que consiguen llegar a Estados Unidos. Así, la frontera se convierte en su sombra sin la complicidad característica de la silueta. Todo su trayecto se realiza en “zona de frontera”, cuya realidad pende como espada de Damocles sobre la cabeza de los migrantes recordando en todo momento su vulnerabilidad y su ilegalidad, que obligatoriamente pagarán con el abuso al que serán sometidos y con la deportación a sus países de origen en cuanto sean detenidos por las autoridades mexicanas, siempre y cuando no alcancen un arreglo económico con las mismas autoridades migratorias.

Esta es la razón por la cual para los migrantes centroamericanos el territorio de la República Mexicana se convierte en una “frontera vertical” de más de 4 mil kilómetros lineales que deben cruzar para llegar al vecino país del norte. Podemos decir que los centroamericanos no “se ven beneficiados” de la vecindad que tenemos nosotros con Estados Unidos, lo cual permite que los mexicanos se movilicen legalmente hasta la línea fronteriza, y una vez que cruzan, en caso de ser deportados, sean regresados solamente a la frontera mexicana, con esta “ventaja” no cuentan los centroamericanos.

A lo largo de su migración por la “frontera vertical”, los centroamericanos son obligados a sortear un sinnúmero de obstáculos: la geografía; las condiciones climáticas; el abanico de autoridades migratorias, policiacas y militares; las bandas delictivas; los secuestros y las vejaciones; los asaltos; las redes de prostitución y trata de personas; las detenciones y las deportaciones, este conjunto de infamias terminan por convertirse en una especie de “rito de paso”, de “rito inicial”, de “pago de piso” que deben saldar para alcanzar el “sueño americano”. Esta violenta realidad termina por abollar el cuerpo, el espíritu, los sueños y la historia de los migrantes. Así, la negación, la violencia y el olvido en el que vive nuestra frontera sur se expande a lo largo y ancho del país de cara a los centroamericanos que migran hacia Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de lo peligroso del periplo migratorio la sangría poblacional de Centroamérica, lejos de disminuir, aumenta día con día; las condiciones de hambre, desempleo, violencia y marginación en los países al sur de nuestra frontera no dejan de lanzar anualmente a 350 mil centroamericanos en busca del futuro en Estados Unidos o en México. Migran tras las remesas que hoy en día para el caso de Nicaragua representan 740 millones de dólares anuales equivalentes al 12.1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), y para el caso de Guatemala, los dólares que mandan sus connacionales avecindados en el “norte” representan el 10.6 por ciento de su PIB.

Por lo menos desde hace 20 años nuestro país ha servido como muro de contención para “frenar” la migración centroamericana a los Estados Unidos. Lo que ha ocasionado que el territorio mexicano sea un corredor casi inasequible para los miles de migrantes que se internan en nuestro país. Sea para evitar los “puestos” de vigilancia del gobierno o para alejarse de las decenas de bandas del crimen organizado los migrantes se ven forzados a lanzarse hacia los caminos más inhóspitos. La ruta migratoria es una especie de universo paralelo regido por su propia lógica y sus propias leyes. En el camino, la realidad desborda a la imaginación, todo se puede esperar: perder la vida, sufrir la mutilación de un miembro del cuerpo al caer o ser lanzado del tren, ser despojado de su dignidad o ser secuestrado y extorsionado. Sólo por mencionar un vértice de la ignominia: cuando las mujeres centroamericanas llegan a los diferentes albergues o casas de migrantes, lo primero que solicitan son anticonceptivos, lo que indica que dan por hecho la violación sexual como “pago” por pasar por aquí. “La violación tal vez no la pueda evitar, pero al menos no debo quedar embarazada”, comenta una migrante hondureña a su paso por Guadalajara.

La violencia que enfrentan los migrantes comienza desde el arribo a nuestro país, y lo más grave es que termina por ser algo “normal”, algo que deben soportar. “El paso por la frontera no es tan cabrón, lo difícil viene después, todos se aprovechan de uno, todos piden dinero, y si no les das, te chingan”, es la voz de un guatemalteco que está a punto de internarse en México por Talismán, Chiapas. Esos relatos se agudizan conforme los “exiliados económicos” recorren nuestro país.

Lamentablemente las casas de seguridad donde son retenidos y obligados a llamar a sus parientes en Estados Unidos para que paguen por su libertad no desaparecen en México. Arizona se ha convertido en el estado norteamericano con mayor número de casas de seguridad; de acuerdo con estadísticas proporcionadas por el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE), de octubre de 2008 a finales de agosto de este año se han descubierto 144 casas de seguridad en Arizona. En 2006 se localizaron 161; en 2007, 165, y en 2008, 186. Lo que convierte a ese estado en el lugar donde más se registran descubrimientos de casas de seguridad en Estados Unidos (La Opinión, 13 de septiembre de 2009).

El corredor fronterizo del sur de México se ha transformado en el fin del sueño migratorio de varias mujeres centroamericanas. Cada día crece el número de las sexoservidoras extranjeras que desplazan a las mexicanas porque su cobro y su exigencia laboral son menores; por ello, no es gratuito que el estado de Chiapas se haya convertido en uno de los corredores de prostitución más importantes de América Latina. Pero el peligro de caer en las redes de la prostitución y las bandas de trata de personas no termina en la frontera sur, por el contrario las migrantes a lo largo de su trayecto son atrapadas por la economía criminal de la prostitución que todos vemos, y que las autoridades se empecinan en ignorar. Casos como el de Claudia, una niña salvadoreña de 15 años de edad que era obligada por su madre y su hermano mayor a prostituirse en compañía de su progenitora, y que además de ser menor de edad, al momento de su detención en el marco de una redada, la niña tenía siete meses de embarazo, son una pesada realidad que aumenta sensiblemente. Las mujeres centroamericanas no solamente son obligadas a prostituirse, sino que a lo largo de la jornada nocturna deben beber la mayor cantidad posible de cerveza junto a los “clientes” para recibir un pago extra; asimismo, consumen droga para cortar el efecto del alcohol. Para muchas mujeres, la cerveza que beben, que en ocasiones llegan a ser más de 15 botellas por noche, se convierte en la principal fuente de “alimento”. Debe quedar claro que el objetivo de la trata es la explotación de la persona, en cambio el fin del tráfico es la entrada ilegal de migrantes. La trata de personas genera en el mundo ganancias por 9 mil 500 millones de dólares al año.

La “frontera vertical” comienza en Ciudad Hidalgo, Chiapas que es el paso más sureño que utilizan miles de centroamericanos ilegales para iniciar su travesía por tierras mexicanas. Otro punto de arranque es Tenosique, Tabasco. Un lugar donde la violencia es mayor. Un sitio donde la línea que divide a las corporaciones policiacas de los grupos criminales se desdibuja peligrosamente. También entran por Talismán, Unión Juárez, Ciudad Cuauhtémoc, Amatenango, Mazapa de Madero, Motozintla, Benemérito de las Américas, Frontera Comalapa, Las Margaritas, Ocosingo, Marqués de Comillas, Suchiate y Tapachula. Es a partir de Arriaga, Chiapas y Tenosique, Tabasco que la mayoría de los centroamericanos utiliza para transportarse a “la bestia”, el ferrocarril Chiapas-Mayab de la costa. Treparse al tren no es tan fácil y menos barato, los operarios les cobran 100 pesos por subirse al techo de los vagones o en las cabeceras de los mismos, y mil 500 pesos si se acomodan con el maquinista. El pago por el transporte no les asegura un trayecto sin el arribo del crimen organizado. En varias ocasiones son los mismos maquinistas quienes se encuentran en contubernio con las bandas de asaltantes. Por ello, los migrantes que cuentan con recursos pueden utilizar el servicio de autobuses “tijuaneros” que salen desde Frontera Comalapa, Chiapas al norte del país por un precio de 800 hasta mil 300 pesos dependiendo si se viaja en primera o segunda clase; aunque al utilizar los “tijuaneros” corren el riesgo de ser detenidos en alguno de los puntos de revisión del INM, de la Policía Federal (PF) o del Ejército Mexicano.

Sea por Chiapas o por Tabasco, cualquier ruta de ingreso a nuestro país, tiene su punto de intersección en Medias Aguas, Veracruz. La “estación de estaciones”, donde la ruta del Atlántico y la del centro se unen. Aquí los migrantes tendrán solamente una opción hasta alcanzar las vías de lechería en Tultitlán, estado de México. De ahí se escogerá el camino hacia San Luis Potosí, Saltillo y Nuevo Laredo, o hacia el bajío guanajuatense, luego Guadalajara, el desierto de Altar y Sásabe en Sonora o la frontera de Tijuana.

La violencia que experimentan los migrantes por México no exime a los menores de edad. Nada más alejado de eso. Niñas y niños incrementan diariamente el universo de “exiliados económicos” que son negados y expulsados por sus países. De tal manera que la migración centroamericana que recorre “la frontera vertical” mexicana muestra cada vez con mayor fuerza su rostro infantil. Las edades de los menores van desde dos o tres años hasta los 17; unos “viajan” en los brazos de sus madres, otros caminan trompicándose junto a sus padres; otros más penetran la frontera en medio de un grupo de desconocidos “guiados” por un “coyote” de quien los padres de los menores sólo obtuvieron por el pago realizado la “promesa” de que llevarían al hijo “al otro lado”. Pero también aparecen menores viajando solos, sin nadie que los despida y menos alguien que los reciba, para ellos la “frontera vertical” se erige como el gran muro de violencia inaudita que cobrará muy caro el sólo intento de brincarlo. Frente a este panorama no es necesario adjetivar la urgencia y miseria de la que vienen huyendo, aunque tal vez la niñez centroamericana ni siquiera atina preguntarse sobre las posibilidades reales de mejorar sus condiciones infrahumanas de vida una vez que “venzan” el “rito de paso” mexicano y accedan al “sueño americano”. No hay más: la niñez migrante se deshace entre las manos criminales que han hecho de la miseria infantil un negocio, y del maridaje con las autoridades una forma de vida amparada en la impunidad.
EDUARDO GONZÁLEZ VELÁZQUEZ (I PARTE)

11.18.2009

actualización de Nómada en el sitio de 5célula

Sin olvidar que Nómada es un proyecto de 5célula, se ha actualizado la información perteneciente a PROYECTOS de la asociación. Se puede visitar AQUÍ

11.14.2009

Documentan la esperanza y la cruda realidad de la migración

Ángel Vargas. La Jornada
Sábado 14 de noviembre de 2009

Dicen que cada persona es de donde están sus muertos. Por ello es desgarrador cuando, en busca de cumplir un tramposo sueño o por un desesperado afán de mejorar las condiciones de vida propias y la de los seres cercanos, debe abandonarse la tierra natal y asentarse en confines lejanos y ajenos, por encima del dolor que eso implica y la consciencia de que incluso puede significar la muerte.

Esa es la realidad a la que alude la exposición fotográfica Mudanzas: migraciones múltiples, que se inauguró anteanoche en la Universidad del Claustro de Sor Juana (Izazaga 92, Centro Histórico), en coincidencia con un aniversario más del natalicio de la Décima Musa.

Organizada por el Museo de Mujeres Artistas Mexicanas (Muma), con el apoyo del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem), la muestra está integrada por obras de 12 jóvenes fotógrafas mexicanas de orígenes y culturas diversas.

En particular destaca que gran parte de ellas son de procedencia indígena, entre otras, de las culturas tzotzil, tzeltal chol, zapoteca, zoque, mixteca y chatina, además de que la mayoría ha vivido en carne propia los estragos de la migración, sea de manera directa o indirecta.

Curada por la fotógrafa Lucero González, fundadora y directora del Muma, con esta propuesta –que incluye un catálogo– se busca "tender un puente desde distintas experiencias y representaciones sobre el tema de la migración y sus múltiples expresiones e imaginarios".

Así, puede encontrarse el punto de vista de esas mujeres indígenas sobre cómo afecta ese fenómeno dentro de sus familias y sus comunidades.

"Ya no es una mirada externa, sino una conexión con los sujetos fotografiados", según apunta Lucero González en el catálogo.

Otras artistas construyeron sus imágenes desde su propio yo de migrantes, "reconociéndose en los otros como en un juego de espejos para encontrarse con similitudes y diferencias entre estar ilegal o legal con la posibilidad de regresar a su lugar de origen".

Y también puede apreciarse el quehacer de fotógrafas que siguieron los pasos de los migrantes que llegaron a Chicago, Nueva York y otros desplazamientos transfronterizos, con el ánimo de documentar una serie de historias en las que el anhelo y la esperanza se funden y confunden con la crudeza de una realidad inesperada.

Uno de los aspectos principales de esta exposición, que posteriormente se montará en San Cristóbal de las Casas, Chiapas y de allí a diversas ciudades de Estados Unidos, es que refleja "la dura realidad de lo que son las migraciones y las mudanzas", resaltó la directora regional de Unifem para México, Teresa Rodríguez, en conferencia de prensa.

Son procesos presentes "en la humanidad desde el inicio de los siglos, pero la realidad nos muestra que en el siglo XXI tienen características especiales, cada vez más duras", indicó la diplomática, para quien, además, resulta preocupante que a 60 años del reconocimiento de los derechos humanos de las personas, aún sea un tema desconocido por aquellos que cruzan las fronteras para trabajar en otros lugares.

En su condición de vicerrectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana y autora del texto de la presentación del catálogo de la muestra, Sandra Lorenzano sostuvo, a su vez, que el tema de la memoria resulta clave para acercarse a las imágenes de las 12 artistas, al estar indiscutiblemente ligadas con la melancolía.

Al respecto, recordó lo dicho por Roland Barthes, en su libro Camera lucida, para situar a la fotografía como un ejercicio de suyo melancólico, ante ese vínculo que tiene con la memoria.

Esa es una característica que hace de la fotografía un arte tan cercano para todo ser humano, incluso con las imágenes más combativas, como pueden ser las periodísticas, afirmó Lorenzano, quien se dijo sorprendida de cómo la clase política "se ha apropiado de ese fenómeno del desgarramiento" que implica la migración.

Citó como ejemplo que en el Informe que debe rendir cada año el presidente de la República sobre el estado que guarda la administración pública, éste "no tiene empacho" en incluir entre los ingresos que ha tenido su administración las remesas que los migrantes mexicanos en Estados Unidos envían a nuestro país.

foto: Obra de Martha Toledo, incluida en su serie Sueño americano, pesadilla mexicana, que forma parte de la muestra Mudanzas: migraciones múltiples, organizada por el Museo de Mujeres Mexicanas (Muma), con la curaduría de Lucero González, que reúne trabajos de fotógrafas indígenas