12.26.2011

MIgrar migrar migrar...otra vez.

LOLA HUETE MACHADO para El País

Giro de 180 grados. En esta década, la emigración volverá a superar a la inmigración en España. Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), cada año se marcharán medio millón de personas por la falta de trabajo y perspectivas. En torno al 10%, españoles. Ponemos cara a esas cifras. Los protagonistas de estas páginas traen de nuevo la sombra de aquellos padres y abuelos con las maletas rumbo a América, Inglaterra, Alemania

Partir es morir un poco. Dejar atrás la familia de uno, los amigos de uno, el barrio de uno, la ciudad de uno... Decidirlo. Cargar la maleta. Cerrar las puertas de la casa de uno (si es que tiene) para abrir otra (si es que la consigue) de la que aún no se tiene llave. Decir basta y marchar voluntariamente y/o por necesidad. Hay mil razones ahora en España: por falta de trabajo, de oportunidad, y hasta por desilusión y decepción sociopolítica. "El país propio deja de ser de algún modo el país apropiado, deja de ser opción", dice Mónica Muriana, periodista, aquí retratada junto a su joven familia, pensando ya en abandonar el lugar en que vive.



Y uno se va. Las ilusiones perdidas, titulaba Concha Caballero, profesora de literatura y exportavoz de IU en el Parlamento andaluz, un artículo en EL PAÍS: "No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adónde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. 'Mi hija está en Berlín', 'Se ha marchado a Montpellier', 'Se fue a Dubai', son frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país".

Nuevos exiliados. Como las personas que aparecen en estas páginas. Y muchos otros. Jóvenes y no tanto. Un goteo desde que comenzó la crisis que no tiene número concreto. Solo estimación estadística y mucho eco, en la calle y en la prensa: Generación noqueada, tituló ya en 2010 El País Semanal, viéndolo venir. O esta noticia: Necesitamos 200.000 extranjeros. La canciller alemana creó a principios de año grandes expectativas al anunciar su intención de contratar mano de obra cualificada en España. Una más: Récord de emigrantes en Inglaterra: "12,6% de españoles más allí en 2010-2011. Jóvenes parados emigrantes de ida y vuelta: mientras el Gobierno de Merkel necesita cubrir 800.000 puestos de trabajo, David Cameron se ve comprometido con la llegada en un año de 25.000 españoles...".

Así, los emigrantes económicos vuelven a ser una realidad en España (lo fueron durante todo el siglo XX y dejaron de serlo a finales de los ochenta). Nadie lo hubiera creído hace apenas un lustro. La prueba: revisando la hemeroteca, ahora que El País Semanal acaba de cumplir 35 años, encontramos en el Extra del 30º aniversario, publicado en mayo de 2006, que una de las historias incluidas en él se titulaba Cómo hemos cambiado: "La inmigración ha cambiado el perfil del español del siglo XXI. De pocos (33 millones) e iguales hemos pasado a ser más (44 millones), más heterogéneos y multiculturales. Marroquíes, ecuatorianos, rumanos o asiáticos conforman un país nuevo". Y en ese mismo texto se citaba un editorial de este periódico en 2002 titulado Gracias por venir: "El primer bien de un país es su población. Y esta depende cada vez menos del lugar de nacimiento. Somos más gracias a los demás. En esta España que envejece, la inmigración cae como agua de mayo".

País de inmigrantes éramos hace nada y somos de hecho hoy: España ocupa el puesto número ocho en el top ten de países con mayor número de inmigrantes internacionales según el MPI (Migration Policy Institute) en 2010. La población extranjera suma 5,7 millones de personas, en un continente, Europa, que, según advertencia de la Comisión Europea, tendrá en 2050 un déficit de 100 millones de trabajadores y que necesitará alrededor de 20 millones altamente cualificados en las próximas dos décadas.

Pero la reciente Proyección de la población de España a corto plazo 2011-2021, del Instituto Nacional de Estadística (INE), ha dado el dato, la alarma que marca el comienzo del giro del péndulo: si se mantienen las tendencias actuales, la población española se reduciría hasta los 45,6 millones en 10 años. Se registrarán un 18,1% menos de nacimientos y un 9,7% más de muertes que en 2010. También el saldo migratorio será negativo a partir de 2011, ya que el número de 450.000 inmigrantes nuevos se verá compensado por la marcha al extranjero de 580.850 personas.

Ante la posibilidad futura, alarmas encendidas.

Pero aunque el asunto está en la calle, en las tertulias, en las casas..., aún no hay datos ciertos de las dimensiones de este movimiento de salida de personas, y sí dificultades en su cuantificación, cuenta, entre curso y curso, la demógrafa Amparo González Ferrer, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC): "La mejor aproximación al fenómeno de la emigración de españoles que huyen de la crisis es la Estadística de Variaciones Residenciales (EVR), en la que se registran las bajas que se producen en los padrones de los municipios por cambio de residencia al exterior". Pero hay otras como el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero, según el cual el número de españoles residentes en el exterior aumentó en 102.432 personas de 2009 a 2010, y en 128.655 de 2010 a 2011, un crecimiento que estaría matizado por las nacionalizaciones de españoles vía Ley de Memoria Histórica y el Censo Electoral de Residentes Ausentes. Ninguna de ellas, dice, lo mide bien. "Se mide mal, porque en muchos casos es fácil vivir como comunitario en otros países de la UE sin tener que registrarse en el Consulado español. Aunque el stock de españoles que residen en el extranjero es, efectivamente, mayor que el que reflejan las cifras... Sabemos que no todos se registran, pero también que no hay motivos para que ahora se registre más gente que hace tres años, pues los incentivos para hacerlo no han cambiado mucho. Por tanto, sí podemos creer que ha aumentado algo la salida de españoles".

Partir. A Mónica y su familia, los Bezanilla, y al resto de elegidos para este reportaje, les cuesta la decisión. ¿Las razones para salir? En su caso: paro de ambos, precariedad en las pocas ofertas que encuentran, políticas educativas que consideran nefastas y afectan a sus dos hijas, recortes sociales que también. Se quieren ir porque la decepción, una u otra, planea sobre el horizonte cotidiano y sobre su futuro. No hay trabajo, cinco millones de desempleados en las últimas cifras; ninguna perspectiva de encontrar un puesto digno en un universo de mileuristas que se fue instalando como natural en época de vacas gordas y que ahora, que son escuálidas, amenaza con convertirse en moneda común. España tiene los jóvenes más preparados, peor pagados y más parados de Europa.

"Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras", sigue Caballero en el artículo citado al inicio. "Aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable... No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-ni que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos".

No es la primera vez. Los movimientos migratorios en España son un clásico: por nuestra situación geográfica y económica, por nuestra convulsión política. Fuimos emigrantes a lo largo de la historia. Partir se titula un documental de Eduardo Margareto que se presentó en el último festival de cine de Valladolid y que describe la emigración a Cuba en la segunda mitad del siglo XIX, cuando miles de españoles escaparon del hambre, de la posibilidad de ser enviados a la guerra con Marruecos...

La catedrática de Historia Josefa Otero Ochaíta cuenta la mar de bien estos vaivenes migratorios, puesto que se los trabajó a conciencia como metodología de estudio para sus alumnos: Emigrantes-inmigrantes. Movimientos migratorios en la España del siglo XX, lo tituló. Y dice que le gustaría poder actualizar ahora, dados los cambios últimos en la materia. "Entre 1900 y 1930 emigraron algo más de tres millones de españoles, según las cifras oficiales, aunque las investigaciones recientes calculan que alcanzarían los cuatro millones y medio debido a la emigración clandestina, para no cumplir el servicio militar o evitar pagar las tasas de salida. Utilizaban dos fórmulas para evitar el control del Gobierno: salir por un puerto extranjero o embarcarse en alta mar, lo cual hacían muchos canarios, asturianos y gallegos", cuenta. Durante la Primera Guerra Mundial, los españoles preferían irse a Francia. Y tras ella volvieron de nuevo sus ojos hacia América: Cuba, Brasil y Argentina, especialmente. Argelia era, sin embargo, donde más: se adelantaban las cosechas de cereales y hasta allá cruzaban los temporeros.

Cuenta también Otero cómo la guerra civil modificó estas tendencias migratorias en cadena. Y cómo fue una sangría el exilio: "La principal consecuencia fue la pérdida de una generación, considerada como la mejor formada de España después de la del Siglo de Oro. Se exiliaron científicos, escritores, sanitarios, educadores, políticos democráticos, y en consecuencia: retraso económico, científico y cultural". Un tiempo del que León Felipe escribía: "Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola. Mía es la voz antigua de la tierra. Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo... Mas yo te dejo mudo... ¡mudo! Y ¿cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego si yo me llevo la canción?".

Y 'El tren de la memoria' tituló Marta Arribas su película, que fue premio del jurado del Festival de Málaga. En él se ven maletas, muchas maletas atadas con cuerdas, trenes repletos y miradas perdidas, hombres en su mayoría que partían a Alemania, Francia o Suiza en los años sesenta a trabajar según la necesidad de mano de obra barata. ¿Profesión? "Labrador". ¿Profesión? "Minero", se oye... Arribas eligió mujeres para su película. "La idea nació del contraste entre la inmigración de hoy y la nuestra de ayer, salir con contrato o venir buscando lo que sea, a la intemperie", nos contaba la realizadora hace poco en Sevilla. Dio con la protagonista, Josefina Cembrero, que había salido a principios de los sesenta, con 18 años, hacia Nuremberg (Alemania), y retornó dos décadas después. El filme es un viaje en tren rememorando el pasado para descubrir que no todo fue lo idílico que lo pintaron: "Llegar, integrarse, la barrera del idioma; intentar conseguir dinero para la familia y pintarlo todo luminoso para que nadie sepa que te va mal". También la dureza de las ausencias, las familias dejadas atrás, los hijos que con los años dejan de serlo, los padres envejecidos, y el choque ya del retorno, imposible volver a ser ya de ningún lado, en realidad. Entre 1959 y 1973 emigraron al continente europeo un millón de personas, en un movimiento de carácter económico. Europa crecía. Muchos se quedaron. Millón y medio aún siguen fuera; donde más, en Argentina, Francia, Venezuela y Alemania.

Sin ser aquello, legiones de amigos y/o conocidos, bien formados, desocupados, andan preguntando hoy aquí y allá (mucho en las redes sociales) por opciones de trabajo en Alemania, por ejemplo, país no afectado brutalmente por la crisis última, pero también por América y Asia. Profesionales que buscan fuera lo que escasea dentro, mientras las empresas de recursos humanos y de trabajo temporal no dan abasto: las solicitudes para trabajar en el extranjero se duplican, dicen en Adecco.

Ingenieros, técnicos, personal sanitario e investigadores que desean trabajar en lo suyo son los que más se están marchando, señala Virginia Collera en los perfiles que ha buscado a través de la red europea Eures, que tiene acuerdos firmados entre los servicios públicos de empleo de España y Alemania, y de agencias de trabajo temporal. Pero también hay albañiles en busca de tareas adecuadas que aquí, tras romperse la burbuja inmobiliaria, se volatilizaron, y hasta una profesora que para saber exactamente el lugar de Corea del Sur donde estará su vida próxima hubo de mirar en un mapa. "Buscan dignidad laboral", resume Collera.

"La tradicional alergia del trabajador español a la movilidad geográfica comienza a diluirse", dicen en el análisis de los resultados de la última oleada del Global Talente Mobility Study (GTMS), recién publicada y realizada por The Network que incluye más de 50 portales de empleo. Un 64% de españoles que buscan empleo reconoce que estaría dispuesto a irse por necesidad. "Mejorar las oportunidades profesionales y la difícil situación por la que atraviesa la economía española son los principales motivos. Tener un mejor nivel de vida, ampliar experiencia y aprender un idioma son otras de las causas señaladas". Quieren hacer las maletas, pero no a cualquier precio: lo harán si obtienen buen sueldo (la mitad) y buenas condiciones laborales y sociales (41%). El 62% se conforma con un contrato temporal. De hecho, el 47% de los que buscan trabajo estaría dispuesto a irse durante más de cinco años si las condiciones fueran positivas sin más. ¿Dónde? "Hay cambios significativos... Alemania (55%) y Reino Unido (46%)".

Para la demógrafa González Ferrer, dado el perfil de la crisis, este movimiento de población que se está viviendo será duradero: "Aunque es difícil precisar su magnitud, creo que durará por al menos dos motivos. Uno, porque todo indica que la crisis será larga y es indudable que la grave situación económica que atraviesa España y el alto desempleo son un factor clave en la gestación de este movimiento de salida. Y otro, porque el desempleo generado por la recesión se ceba con las personas extranjeras y, seguramente también, con las de origen extranjero, incluso si se han naturalizado y adquirido la nacionalidad. Para estas personas, el retorno a sus países de origen es siempre una opción abierta".

Partir es morir un poco, se dice en Latinoamérica. Todos, sea cual sea el género y la condición, sufren con la decisión. Y esto hasta tiene su nombre de síndrome: el de Ulises, lo llaman. "Emigrar se está convirtiendo hoy, para millones de personas, en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos", dice el psiquiatra de la Universidad Complutense Joseba Achotegui. Él y otros especialistas analizan en un volumen titulado Transitar por espacios comunes los efectos sobre la salud, el estrés y el quiebro físico y psicológico de la acción de migrar, la ruptura. Y hasta habla, en boca de Teresa del Valle, de la Universidad del País Vasco, de la existencia de otro modo de medir el tiempo: tiempo de desarraigo, lo define. "Hay características del tiempo que tienen relación con problemáticas concretas. La preparación para el cambio: la salida del lugar, el duelo. La ceremonia del adiós. El tiempo de conocer cómo navegar en los sitios. El tiempo de la nostalgia. El tiempo de los descubrimientos. El tiempo de los encuentros. El tiempo de sentirse en casa. El tiempo del recuerdo".

En el filme de Arribas, una de las mujeres emigrantes, Leonor Mediavilla, recuerda: "La llegada a aquel andén me causó una impresión tremenda. Me olvidé de mis padres, de mis hermanos, de mí misma, porque pensaba que aquello no podía ser realidad. Aquel andén estaba abarrotado de hombres, totalmente cubierto, con maletas y bultos por todos lados. No sé si fueron instantes o minutos, pero sentí vergüenza de mí misma, de verme en esa situación". Desde la psicología, dice Del Valle, se resalta la importancia del duelo, del adiós: "Hay mucho de duelo por el lugar que se abandona; en él está presente la identidad que confiere un lugar a través de sus espacios, de la gente que los llena, de memoria a través de generaciones. Ante el momento de abandonarlo se activa la memoria. Se intenta grabar lo que se ama para llevarlo consigo".

Sin ser ese tiempo dramático, lo mismo o similar cuentan ahora muchos a través de redes sociales, aquellos que desean marchar o los que ya lo hicieron. Como Pablo, participante en un foro de extranjeros en Alemania (Auswanderung Forum en 2005), que aunque escribe largo, los resume bien a todos: "La decisión de emigrar es tan personal y obedece a tantas razones que seguramente nadie entienda. Pero en lo que seguramente estaremos todos de acuerdo es en que, una vez tomada la decisión, solo queda por delante avanzar, avanzar y tratar de no mirar atrás, para no correr el riesgo de quedarnos como estatuas de sal, petrificados y sin pertenecer a ningún sitio, ni el que dejamos ni el que adoptamos".

Y sigue: "Muchas personas, por razones perfectamente comprensibles, toman el camino rápido, sin analizar a fondo la decisión de irse. Y aquí comienzan los problemas: nunca vamos a saber a ciencia cierta quién originó el rumor de que en el extranjero se hace dinero fácil, que enseguida se tienen autos, casas y el desarrollo personal-profesional tantas veces reclamado en nuestros país de origen. Primera frustración: hacerse camino en otro país, otra cultura diferente (aun en los casos de hablarse el mismo idioma), no es nada fácil. Y no es solo sentirse un sapo de otro pozo... Si emigraste comprando ese cuento del 'todo ya' y 'en un par de años me vuelvo con los bolsillos llenos, por tanto ni me interesa compartir nada de esta nueva cultura', lo vas a pasar muy mal. Si decides partir sabiendo que nada es fácil y lleva muchísimo tiempo, tanto tiempo que la mayor parte de las veces adoptas el nuevo país de por vida..., que dejarás atrás tu familia, tus amigos, tus afectos, tu lugar, que vas a llorar más de una vez solo y quizá sin liquidez; si has analizado esto y aun así decides hacerlo, entonces estás preparado para emigrar".

Historias:

Exilio en Suiza

Luis Miguel Milreis, encofrador de origen portugués, de 37 años. Trabaja desde el verano en Suiza. Llevaba dos años en paro.

Milreis siempre ha estado en tránsito: a los 18 años llegó a Extremadura porque "en Portugal no había trabajo para los jóvenes". Empezó en la construcción, lo primero que encontró, y ha trabajado en obras por toda la geografía española. "Sé lo que es estar fuera de casa, pero esto es diferente", se lamenta. Su último trabajo lo llevó a Vitoria. "Me pagaban 1.600 euros, pero después de comidas, gasolina y alojamiento me quedaban 800". Su mujer, auxiliar de enfermería, también estaba en el paro, así que en julio se marchó a Suiza. "Es muy duro estar tan lejos de la familia, es lo que más duele. Y luego está la lengua, es imposible comunicarse". Antes "tomaba por locos a los que me advertían y me decían que se iban a acabar las vacas gordas". Ahora está convencido de que "el presente va a ser mejor que el futuro". Dice que a sus dos hijos, Sergio y Milena, de 16 y 10 años, solo les pide que "estudien para que no tengan que encontrarse en esta situación".

Tierra de oportunidades

Erika Börjesson, de 29 años, de madre catalana y padre sueco, vive desde el 1 de noviembre en São Paulo. Quería cambiar de sector: abandonar la publicidad e introducirse en la gestión cultural. "Aquí ese giro suponía empezar desde cero. En Brasil, ¿quién sabe?".

"Un día me llegó un briefing de un cliente y pensé: 'a ver, ¿cuál va a ser mi aportación al mundo? ¿Vender cerveza?". Llevaba ya tres años trabajando en una agencia de publicidad y decidió que era hora de cambiar. Primero se matriculó en un máster de gestión cultural. Luego compró un billete con destino a São Paulo. ¿Su objetivo? "Aprender y coger ideas. Brasil está en auge y quería probar. Sin un plan cerrado ni calendarios". No se pone fecha de regreso, pero sabe que volverá. Incluso qué le gustaría hacer. "Siempre he querido montar algo propio, un espacio sociocultural en Barcelona" (ciudad en la que ha vivido desde los siete años). A pesar de su optimismo, es realista. "Creo que lo vamos a tener más difícil que nuestros padres, pero yo confío en mí. Creo que, si le pongo ganas, todo va a salir bien".

Familia busca su sitio

Mónica Muriana, Fernando Bezanilla y sus hijas, Valentina y Nora, aún no tienen claro cuál será su destino. Barajan Dinamarca, Brasil, Colombia... Solo saben su objetivo: "Queremos impulsar nuestras carreras y conciliar, no solo vivir para trabajar como aquí".

Este será el segundo exilio de Mónica (39 años), periodista, y Fernando (42), operador de cámara. El primero fue en 1996. Él acababa de quedarse en paro y ella había terminado la carrera y no tenía muchas expectativas laborales. Entonces se mudaron a Dublín. Su nuevo destino aún no lo han decidido. "Es distinto irse solo a irse con dos niñas". El trabajo de Mónica empezó a tambalearse cuando "dejó de dedicarle 18 horas al día" con la llegada de Valentina (4 años) y Nora (1). Ahora encadena trabajos eventuales; Fernando es autónomo "en horas bajas". Viven en Meco (Madrid) y quieren un cambio. "Aguantábamos porque nuestras hijas iban a una escuela pública que era modélica". Pero ahora es una víctima más de los recortes. "Una empresa de limpieza se ha hecho con la gestión del centro, que presentó el proyecto más económico".

Enfermero con destino a Noruega

En primavera, David Ríos, de 29 años, se incorporará a su nuevo puesto de trabajo en Noruega. No se va por elección propia. Dice que "ha enviado más de 1.000 currículos a empresas españolas". Sin suerte. Cada día dedica cuatro horas a aprender noruego.

Este enfermero y técnico de rayos se declara "decepcionado e insatisfecho" con la sociedad que le ha tocado. "Estudias y trabajas duro, y eso no se premia". Tras un año en el extranjero, con el inglés aprendido y nociones de sueco, pensaba que encontrar trabajo no sería complicado. El último fue de dependiente en una tienda. A sus padres, dice, no les entusiasma este viaje sin billete de vuelta. "Insisten en que haga una oposición. Ellos saben lo que es ser inmigrante, vivieron en Francia y mi padre siempre me dice que en el extranjero eres ciudadano de segunda. Y yo respondo que aquí tampoco me siento ciudadano de primera". Por si acaso, este leonés sigue atento a todas las ofertas en España. "Reniego de eso de 'como aquí, en ningún sitio', pero voy a echar de menos tantas cosas...".

Al fin del mundo

Ana Álvarez Simón, de 31 años, profesora de español en Barcelona, pondrá rumbo a Seúl en enero. Allí le esperan su pareja, Oriol, y una buena oportunidad. "Es mi trabajo ideal. Las condiciones, si las comparo con las de aquí, son de ciencia ficción".

Tuvo que consultar en el mapa la ubicación de Corea del Sur. Literalmente. Ana es profesora de español "por vocación", subraya, aunque su sentido práctico la empujó a presentarse a las pruebas para trabajar en una caja de ahorros. Las superó. "Me las planteé como un reto, porque estaba rebotada. Tuve trabajos con unas condiciones pésimas". Llegó a cobrar cinco euros la hora por sus clases y veía cómo gente sin formación le "pasaba por delante" una y otra vez. "Al principio sentía rabia, luego la asimilé y se transformó en frustración". Pero eso ya es historia; ahora está entusiasmada con su "exilio asiático". Su pareja trabaja desde el pasado verano en la Universidad de Seúl, y ella lo hará a principios de año. "Por fin voy a tener un trabajo en el que me sienta valorada".

Plan b en Panamá, Argelia o Brasil

Alberto Jiménez, zaragozano residente en Elche, se quedó en paro hace dos años. "Mi primer pensamiento fue desaparecer del mundo de la construcción". Es alicatador con un par de décadas de experiencia. "Me doy hasta junio. Si no encuentro nada, me iré a donde sea".

Su otra faceta es emprendedor: en el pasado puso en marcha un par de proyectos empresariales y ahora está inmerso en el tercero, que espera sea su tabla de salvación. "Ideas no me faltan, pero sí financiación". Por eso le ha puesto un plazo a ese "empeño". "Hasta junio. Si no consigo levantarlo, aceptaré la primera oferta que me hagan para irme al extranjero". No será la primera: le ofrecieron irse a Camerún, pero su entorno se lo desaconsejó. "Me contaron experiencias complicadas". Si su plan A no sale, el B puede llevarlo a Panamá, Argelia o Brasil, donde trabajan algunos compañeros suyos. "Me cuentan que es duro, pero...". Dice que su presente nunca se lo hubiera imaginado -"siempre me he buscado bien la vida"-, pero su futuro lo ve claro. "En cinco años me veo trabajando para mí".

Inglés, asignatura pendiente

Mariola Ferri, de 26 años, partirá a Inglaterra en cuanto pasen las Navidades. Allí trabajará en hostelería. Su gran apuesta para 2012 es el inglés."De todas las ofertas me descartan por no dominarlo". Espera que la cosa mejore para poder volver pronto a Valencia.

Mariola se debatió entre estudiar administración y dirección de empresas o magisterio, pero se decidió por la primera "porque, claramente, tenía más salidas laborales". Desde que terminó en 2009 ha encadenado prácticas en banca y marketing con trabajos "más bien precarios" de camarera y recepcionista. "Estás ahí, de pie, con tu uniforme, y piensas: ¿para qué me ha servido? Es justo lo último que te imaginabas. En cuarto de carrera pensaba en comprarme un coche, porque lo lógico era encontrar un trabajo después de las prácticas. Aún no me lo acabo de creer". Su intención es pasar, como máximo, un año en el Reino Unido. "No me gustaría estar mucho tiempo fuera, pero tampoco volveré a cualquier precio. Lo haré si la cosa mejora y hay oportunidades laborales".

Medellín-Madrid-Shanghai

Julián Baena, arquitecto colombiano de 33 años, llegó a España en 2008 después de descartar Dubai. "Y a los tres meses ya estaba aquí la crisis". Aterrizó en la urbe china a comienzos de noviembre. En diez días encontró trabajo en un buen estudio de arquitectura.

Está apurando sus últimos días en Madrid. "Vendiendo enseres, la moto, arreglando papeleos, despidiéndome de amigos". Todo se precipitó antes del verano. El estudio en el que trabajaba parecía sortear la crisis. "Tenía un piso, una moto, vivía bien y había trabajo". Hasta que, para su sorpresa, lo despidieron en junio. "Primero busqué trabajo aquí". Tuvo ofertas mileuristas. Así que decidió probar suerte en Shanghái, donde había pasado largas temporadas por la Expo. "En diez días hice ocho entrevistas". Es consciente de los pros y los contras de su aventura china. "Voy a perder calidad de vida, pero lo contrarrestaré con dinero". Se ha puesto un límite de dos años en el país asiático. ¿Y el próximo destino? "No lo sé, Río de Janeiro quizá. Aunque volvería a Madrid, sin dudarlo".

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