Sintió el abandono a la edad de seis años cuando sus padres emprendieron viaje a París con el propósito de obtener como emigrantes el salario que aquella España empobrecida de los años 60 les negaba para sacar adelante a sus cinco hijos. Pero aquel sentimiento de melancolía poco o nada pudo hacer para aplacar un carácter tan positivo, tan agradable. Siempre sonriente, siempre amable, Eva Maqueda pinta cerquita del Sena con el sentimiento vuelto hacia aquellos otros familiares que, como sus padres, un día dejaron su Castilla natal con esperanza, pero también con pesar.
La emigración como fenómeno social deja un rastro más que interesante para el análisis, y profundizar en sus causas y consecuencias es tarea de sociólogos e historiadores. Hasta aquí, todo se centra en el conocimiento. Pero la emigración como opción individual deja ‘huérfanos’ llorando, casi como si de la mismísima muerte se tratara y el relato es conmovedor, sobre todo cuando está contado en primera persona por alguien que ha pasado parte de su infancia separada de sus padres y que ha vivido esa separación como “una especie de abandono”. “Yo no entendía por qué mis padres se iban y nos dejaban”, cuenta Eva Maqueda –hoy una pintora consagrada–, mientras se traga las lágrimas al recordar aquel episodio de su vida que la desgarró a la edad de seis años.
Su testimonio no aportaría nada nuevo si no fuera porque está contado desde la óptica de una niña que poco o nada entiende de las necesidades de este mundo, más allá de las suyas propias, que no son otras que el saberse querida y percibir cercano el cariño y las atenciones de sus padres.
Pero cinco eran las bocas que había que alimentar y en aquella España de la década de los 60 aún había muchas familias que vivían tratando de sortear el hambre de la posguerra. La emigración se presentaba entonces como la única salida para sobreponerse a la adversidad y a ese clavo ardiendo se agarraron, como otros muchos, los padres de Eva, naturales de Ávila, pero residentes en la localidad toledana de Maqueda.
París fue su destino y los vagones que los transportaban a esa ‘tierra de promisión’ fueron testigos de la esperanza que se les abría ante el nuevo horizonte, pero también de su desolación: “Mi madre me contó que se pasaba el viaje a París llorando y que conforme avanzaba el tren, más le dolía el corazón”.
No era para menos. En España se quedaban los cinco hijos del matrimonio ‘repartidos’ en internados y esperando el regreso de unos padres a los que, durante tres o cuatro años, no verían más que en vacaciones. “Aquello se me quedó grabado”, asegura Eva.
Paradojas de la vida, Eva Maqueda es hoy una “emigrante por amor” que reside en París, después de contraer matrimonio con un profesor francés al que conoció en Béziers durante una de sus exposiciones de pintura. Colaboradora habitual con la colectividad española en la región del Rosellón-Languedoc, el devenir de aquel encuentro le abriría las puertas a una nueva vida, ya que, con motivo de su matrimonio, trasladó su estudio a París. Y qué mejor combinación para una pintora enamorada que trabajar sintiendo la proximidad del Sena.
Aunque toda esta vivencia es reciente, su otra pasión, pintar, le viene de lejos. Desde niña quiso ser pintora y tuvo la oportunidad de formarse en la academia Arjona, en Madrid. Hoy, lo que comenzó como un sueño le reporta satisfacciones hasta el punto de que se puede permitir el lujo de decir que vive de sus cuadros. Como muestra de la buena acogida de sus creaciones en Francia alude al premio ‘Colmont’ –que concede la ‘Academia de Bellas Artes’–, que le fue otorgado por el retrato del indio ‘B.K.S. Iyengar’, considerado como uno de los más importantes maestros de yoga del mundo.
Ajena a las modas –“Cuando pasas de las modas y de las corrientes, el arte avanza”–, en el estilo de Eva Maqueda, plagado de realismo, predominan bodegones y retratos que pretenden ofrecer al espectador algo más que un espacio estético en el que recrearse. Si con los primeros busca dar vida y protagonismo a esos objetos –libros antiguos, botes y latas viejas y oxidadas– que yacen olvidados en el claroscuro de cualquier desván, y plasmar a través de ellos “el sentimiento” que despierta en las personas el paso del tiempo, con los segundos, ese sentimiento va todavía más allá, porque son parte de sus vivencias: retratos de familiares que por los años 20 emigraron a Argentina con lo puesto, pero decididos a labrarse un futuro mejor. De todo esto sabe poco más que lo que le han contado, pero “son cosas que se te quedan grabadas”, casi tanto como las experimentadas en carne propia. Se trata pues de reflejar “sensaciones vividas” más que un hecho histórico en sí mismo. Y es que su propia vivencia de niña ha debido de quedarle muy interiorizada, porque, a través de la mirada “triste” de estos personajes, Eva Maqueda no busca otra cosa que reflejar “el sentimiento de nostalgia” que produce la separación de los seres queridos.
En su serie de acrílicos –recopilados bajo el título ‘Dans le souvenir’ (Desde el recuerdo)– la artista enmarca “el sentimiento de soledad y desarraigo” que produce en las personas el tener que dejar sus “raíces”, sus “costumbres”, su “tierra” y también a sus “gentes”, para “comenzar de nuevo”. Y lo enmarca en blanco y negro para “recrear esa sensación de antigüedad” de la época a la que se está refiriendo, porque en blanco y negro, todo lo más en sepia, era como se retrataba la vida en aquellos años de continuos movimientos migratorios de españoles hacia América y Europa.
Y de la temática al estilo, el realismo, porque lo que esta pintora pretende es “ser consecuente”. “Yo lo abstracto no lo siento, me parece superfrío”, dice. Por eso busca la realidad, porque para ella “es absurdo estar analizando un cuadro”.
Aunque reconoce que el realismo se presenta “pasado de moda” –“Mucha gente dice que para eso ya están los clásicos”–, pone como ejemplo de reconocimiento al chileno Claudio Bravo y a Antonio López, ‘Premio Príncipe de Asturias de las Artes’ en 1985, de quien dice: “A pesar de su realismo, es muy reconocido, y ahí está, exponiendo en el Reina Sofía”. Porque, “hubo una época en la que el realismo se criticaba mucho, pero volvió a resurgir y ahora se puede hablar de una vuelta” al pasado, asegura.
“Transmitir algo al público”, “sentir el olor de la pintura y mancharme”. Esa es su razón de ser...pintora. Una razón de ser que ha traspasado la frontera y que ahora la ha dejado instalada en París, escuchando testimonios de otros emigrantes que se resisten a reconocer la evolución que ha exprimentado España en los últimos años. Y es que cuando Eva comenzó a tomar contacto con Francia, “España ya había evolucionado, pero la mayoría de la gente se había quedado en la España de la posguerra; seguían con la misma idea de la división de España. Decían que no evolucionábamos, que estábamos atrasados”, denuncia. Reacia a que impere esa idea “negativa” de su país, se ha esforzado por “hacerles ver que no es así”; que algo, sino mucho, ha cambiado en España desde aquella última oleada migratoria.
Su vida en el país vecino también le ha permitido tomar conciencia de otra realidad que duele, y que no es otra que la de aquellos emigrantes españoles que, casi de un modo deliberado, han consentido que se borre de sus vidas cualquier seña de identidad. “A los hijos no les han enseñado español”, se lamenta, mientras reflexiona: “Quizá es que lo han pasado tan mal que lo que querían sobre todo era que sus hijos se integraran y que no sintieran el rechazo” que sufrieron ellos.
Elena Fernández, Crónicas de la emigración
5.24.2010
La emigración retratada a orillas del Sena
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