por Cristina Rivera Garza
La orden de deportación que recibió Elvira Arellano el 15 de agosto de 2006 pudo haberse convertido en otro de los muchos incidentes que conforman la cruenta historia de la migración mexicana en Estados Unidos. Como tantos otros, Elvira se había internado en territorio norteamericano sin los documentos requeridos, cosa que no le impidió encontrar trabajo tanto en Oregon, donde se estableció primero, como en Chicago, adonde llegó años después ya con un hijo. Una redada entre los trabajadores del aeropuerto donde laboraba dio inicio al largo peregrinaje del que emergería como una de las líderes populares más importantes entre la comunidad hispana de Estados Unidos. Al recibir la orden de deportación, y a diferencia de muchos en su situación, Elvira Arellano se negó a regresar pasivamente a México. En lugar de hacerlo, pidió refugio en la iglesia metodista Adalberto, ubicada en el centro de Chicago, donde permaneció cerca de un año, dándole auge así al movimiento Nuevo Santuario iniciado en Illinois por el pastor metodista José S. Landaverde. Desde dentro de estas instituciones o, poco después, desde las calles de la Unión Americana o desde los espacios públicos de Tijuana, Elvira Arellano ha insistido en la urgencia de su mensaje: es necesario establecer una reforma migratoria capaz de respetar la unidad de las familias de mexicanos que se asientan, o de las familias que se forman una vez ya asentados, en Estados Unidos.
Articulada, dueña de un discurso donde el pronombre nosotros y la palabra dignidad emergen en repetidas ocasiones, Elvira Arellano no recurre a ningún tipo de sentimentalismo para expresar una y otra vez la serie de condiciones que la llevaron de ser una trabajadora manual en distintas empresas norteamericanas a una activista social que se dirige por igual a la comunidad hispana como a los miembros de los parlamentos de los dos países implicados. En control, apelando a la grandeza de su fe y la solidez de su espíritu de lucha, la voz de Elvira Arellano ha puesto en evidencia, por una parte, la compleja realidad de las familias migratorias, especialmente la frecuente y forzada separación de padres e hijos, así como el activo papel de la iglesia en el surgimiento de un movimiento que ofrece el espacio eclesiástico como un refugio para migrantes amenazados por la deportación.
Como antes lo hicieron ya con mucho éxito las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, Elvira Arellano ha utilizado estratégicamente un concepto de maternidad social para convocar tanto a los ciudadanos como a sus representantes en el Congreso para que aprueben una reforma migratoria capaz de velar por los derechos no sólo de los trabajadores sino también de las familias de las cuales forman parte. Sin oponerse al Estado, pero sí conminándolo a cumplir sus funciones como protector del bienestar y de los derechos de sus constituyentes, Elvira ha apelado a su condición de madre y de integrante de una familia para legitimar su lucha. De hecho, las imágenes fotográficas de Elvira incluyen típicamente la presencia de su pequeño Saúl, quien la acompaña tanto en escenas de intimidad familiar como en la arena pública de las marchas y las iglesias. Así, valiéndose del papel tradicional de la mujer, Elvira Arellano ha sido capaz de traer a la luz una verdad que, por obvia, suele pasar inadvertida: que la migración actual no se compone únicamente de esos varones solos que, en su búsqueda de empleo, dejan a sus familias atrás. Para que pueda reflejar la complejidad del fenómeno migratorio de nuestros días, a esa imagen convencional habrá que añadirle ahora, gracias a la lucha de Elvira, los rostros de las muchas mujeres de la clase trabajadora que cruzan la frontera ya para reconfigurar sus propios núcleos familiares en el nuevo territorio o ya para iniciar, puesto que se encuentran en edad reproductiva, sus propias familias. Tal fue el caso, de hecho, de la propia Elvira, quien concibió y dio a luz a Saúl, su único hijo, en Estados Unidos. La separación de Saúl, una posibilidad que Elvira continúa describiendo como injusta y, además, como antinatural, ha constituido la base de su rechazo a la deportación.
Como los primeros sublevados que desde el norte del país echaron a andar la Revolución mexicana de 1910, Elvira Arellano también ha afirmado atender las leyes de Dios, no las de los hombres y sus gobiernos, en su búsqueda de un trato justo y digno para las familias migrantes. Es una ley más alta a la que se atiene –eso lo ha afirmado varias veces. Como aquellos que, al seguir a Santa Teresa de Cabora, abrazaban la fe y, en base a esa fe, desconocían al gobierno, Elvira Arellano pide que “lo que ha unido Dios, no lo separe el hombre”. De esta manera Elvira forma parte y prosigue con una larga tradición de lucha que se legitima a través de la apropiación popular del discurso religioso. Acaso por eso resulte lógico que haya optado por el suelo sacro de la iglesia para, desde ahí, lanzar su llamado social.
Pero cuando Elvira dejó los perímetros de la iglesia metodista de Chicago para participar en varias marchas a lo largo de California, ni el discurso de la maternidad social ni el de la religión popular fueron suficientes para detener la acción de los agentes de migración que la detuvieron el 19 de agosto del 2007, en Los Ángeles, California, justo en las afueras de la iglesia de la placita Olvera. Era ya de noche cuando Elvira llegó a Tijuana y, desde ahí, a unos pasos de los torniquetes por los que esta mujer nacida en 1975 regresaría a su país de origen, repitió su mensaje: no descansará hasta lograr la reforma migratoria que garantice la unidad de las familias migrantes.
Elvira Arellano no se ha quedado callada mientras eso sucede. De su paso por Tijuana, queda ya la Casa Refugio Elvira Arellano –una organización que acoge a mujeres deportadas de Estados Unidos mientras logran ponerse en contacto con sus comunidades o consiguen ayuda para reconstruir su vida. En funciones desde el 16 de diciembre de 2007 y ubicada en el centro de la ciudad fronteriza, la Casa Refugio provee este santuario secular sobre todo a las mujeres que, por ser deportadas de noche, corren más riesgo. Además de haber tenido audiencias con presidentes y de haber encabezado manifestaciones masivas, Elvira Arellano también se ha postulado como candidata a puestos de elección popular en su país de origen. Del otro lado del silencio que cierra las bocas de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, aunque en la misma línea fronteriza, Elvira Arellano mantiene intacta su voz para insistir en que el Estado no puede separar lo que une la sangre, la tradición, la comunidad. ~
publicado en Letras Libres
4.25.2010
Elvira Arellano. Los derechos de los migrantes
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