Las reformas y normativas aprobadas en el último semestre en la Unión Europea comienzan a arrojar sus primeros resultados. A este aspecto hay que sumarle no solamente la actual coyuntura de crisis económica que, como hemos dicho, arriesga con cobrarle el precio antes que todo al componente migrante, sino también el hecho de que hoy día en Europa los migrantes ya no son los de hace unos años; es decir, se están organizando o, en todo caso, ya no están dispuestos a soportar pasivamente las crecientes restricciones que las leyes europeas imponen.
En las últimas semanas de 2008 ocurrieron diversos episodios de franca rebeldía más o menos organizada, que está produciendo como primer resultado la puesta en el centro de atención, también mediático, de las revueltas y protestas de migrantes. Y no son solamente las decenas de manifestaciones que se realizaron tanto en Italia como en Francia o en España; son también las revueltas cada día más constantes que se realizan dentro de los llamados CIE, esto es, los Centros de Internamiento y Expulsión para ciudadanos extranjeros.
Es el caso italiano, por ejemplo, que ha visto en el reciente periodo episodios cada vez más radicales –pero también desesperados y por tanto violentos– de reacción de migrantes a la realidad del encierro forzado, pulcramente definido por la ley con el epíteto de “detención administrativa”. En el nuevo y moderno CIE de Gradisca d’Isonzo, en la frontera con Eslovenia, el viejo país comunista hoy miembro de la UE, se han generado revueltas y protestas que no dejan de sorprender a los observadores del fenómeno migrante. La sorpresa es también para los activistas antirracistas que por años han ido a protestar a las afueras de estos lugares. Sonríe Carlos, miembro de la red italiana de colectivos, que al comenzar 1998, cuando en Italia se instituye y se abre el primer CIE –en ese entonces llamados Centros de Permanencia Temporánea–, protesta en contra de estas estructuras.
Sonríe Carlos y recuerda que “antes íbamos nosotros afuera a protestar, hoy son los migrantes quienes ya no están dispuestos a aguantar”. Efectivamente: el 16 de diciembre se registró la fuga de 10 personas en este CIE, la tercera en las últimas tres semanas. Fugas que, queriendo ser románticos, recuerdan de cerca esas películas que tratan el tema de los lageres (campamentos) nazis durante la dictadura en Alemania: un cerco de alambre, roto, un campo de trigo que separa la estructura de la civilización o del poblado más cercano. La fuga corriendo, a tardas horas del día, en medio de los cultivos. A la espalda no hay ametralladoras ni nadie que quiera o pueda disparar. Pero así las cosas, y de esa huida de 10 personas, cuatro han sido atrapadas entre el trigo recién sembrado. Pero son también fugas fruto de la espontánea organización migrante dentro de los CIE, pues se escapan tras aprovechar un incendio en alguna celda, tras aprovechar alguna protesta que haya logrado contagiar el ambiente; en fin, se escapan tras quebrar la estabilidad y el orden impuesto.
Lo cual no resulta tan complejo: solamente el CIE mencionado, según datos oficiales de la reciente visita de la comisión parlamentaria de control acerca de la política migratoria –órgano instituido por directiva de la UE en cada país–, sufre problemas de hacinamiento. No hay datos oficiales, pero sí se reconoce la existencia del problema. Ninguna novedad siquiera tomando en cuenta el modelo de referencia de estos centros; es decir, el sistema carcelario. De la misma manera, en efecto, en éste y otros CIE europeos surge también el problema de la gestión de estos lugares. Entregado a administración privada tras licitación pública, el centro de Gradisca, y con él muchos más en Italia, está bajo la gestión de una cooperativa que se llama Connecting People. Ésta, además de llevar en el nombre la ironía de un encuentro entre personas forzado por los garrotes de las grandes celdas que hospedan el nuevo meltingpot promovido en la UE, mantiene el centro al límite máximo de la presencia de los “huéspedes”, pues por cada uno la cooperativa percibe el respectivo financiamiento.
De ser poco, y haciendo honor al nombre que lleva, la cooperativa parece haber encontrado la manera perfecta de mantener siempre a tope el número de migrantes en la instalación de Gradisca. Un puente aéreo muy bien organizado, con las facilidades otorgadas por el gobierno italiano, que permite tener literalmente conectados dos centros para migrantes, el CIE de Gradisca, en la punta extrema al norte del país, y el de Lampedusa, al sur, en una isla, al otro lado exacto de la península.
A esta situación se está sumando otra de mayor envergadura que nos permitiría ahondar en la tendencia europea –no solamente italiana– del trato reservado al creciente número de personas que piden asilo o refugio. En los CIE encuentran hospedaje también los llamados CARA, es decir, los Centros de Acogida para Personas que piden Asilo. Formalmente dos estructuras separadas, que, sin embargo, conviven entre los mismos muros y sobre todo son gestionados de la misma manera, con los mismos criterios. Un destino común para migrantes y para refugiados. Un destino que los obliga al mismo lugar, a las mismas condiciones de encierro oficialmente administrativo mas humanamente ilegítimo.
Foto: Francisco Mata Rosas
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