A donde se vaya, un indio emigra
Ana Matías Rendón
Los Estados Unidos:
Chicago, New York, Los Ángeles, todo California; cualquier parte de
México, ciudad o terreno agrario: Distrito Federal, Monterrey, Oaxaca,
Guerrero, Chiapas, Baja California; más allá del mar finito o en
Nuestra América, ningún lugar es igual a otro, cada uno es diferente de
sí, y adonde sea que el indio va, es el intruso; pisa el lugar que no
es aquí ni allá, una zona que no refleja lo que es, un espacio-tiempo
perdido que lo llena con insolencia. Destino de la inmigración:
transición inevitable.
La cuestión es: ¿a todos los indios les va igual? Los temas
son recurrentes: políticas públicas que impiden el desarrollo
individual y colectivo, una economía moderna que obliga a salir de las
comunidades de origen y contribuye a la informalidad de los miembros de
los pueblos originarios en las ciudades, la pérdida de valores
tradicionales que fomenta la desaparición de la cultura o ausenta la
identidad original. La transición es un asunto peliagudo.
No hay una condición homogénea, aunque puede decirse que
existe una generalidad. Recaen sobre los indígenas: la discriminación
racial; el clasismo por su pobreza material y por el analfabetismo
cultural; la falta de oportunidades laborales y educativas; la
obligación a mudar las ropas, hablar una segunda lengua en su país, a
cambiar de costumbres. En su nombre se diseñan mecanismos jurídicos,
discursos de defensa, artículos bien y mal intencionados,
investigaciones concienzudas… y quienes miran en medio del remolino de
ideas múltiples sobre los indios, piensan, son homogéneos.
Las sociedades indígenas son tan complejas como los grupos
sociales que conforman una nación; divididos por zonas étnicas, se
subdividen por regiones, luego por cabeceras municipales y rancherías.
Cada pequeño núcleo tiene su propia forma de vida que dista de la más
cercana, pero las diferencias no son tantas cuando las entiende quien
vive en ellas. Cada sociedad indígena tiene sus propias reglas de
justicia y repartición de tierras, en cada una prevalecen los
comerciantes que tienen voz gracias a su dinero, familias de
principales que se ven amenazados, campesinos pobres descontentos,
profesionistas que encuentran oportunidades negadas a sus padres. No es
una ciudad, es una comunidad. Entonces, no existe una consecuencia
unificada en la emigración, como no hay una vida singular en las
comunidades.
Los hijos de familias bilingües, regularmente, tienen un mejor
estatus que los hijos de campesinos monolingües, los hijos de maestros o
profesionistas aprenderán mejor que aquellos cuya posición
social-económica jamás les haya permitido mirar el otro-mundo. Sí,
algunos ya reciben apoyos económicos gubernamentales, otros no. También
este último aspecto entra como guimbalete para alterar la maquinaria
social que, a veces, nos impedimos ver.
Tan diferentes y a la vez tan similares. Los indígenas
migrando abren nuevos espacios de interacción, crean y modifican
subjetividades, cuestionan modos de vida y se cuestionan a sí mismos en
el enfrentamiento con el mundo, hasta perderse. El indio está en medio
del desarraigo a lo “original” y en una marginación de lo “nuevo”,
pero el indígena se encuentra allende de las bifurcaciones, dicotomías y
dialécticas que han atrapado a su imagen; él es una transformación
continua —muy a pesar de los defensores del egipticismo de Ramos—,
provoca transiciones, mimetizándose con ellas.
¿Aún no lo sabemos? ¿Podremos asumir la transición sin
resentimientos y culpas? Transitar entre lo original y lo nuevo,
atrapados por un dios impuesto que se venera con fervor, en la defensa
de tradiciones que no son las mismas que las practicadas por los
antepasados, resistiendo los embates de los de siempre, mintiéndonos
con las viejas mentiras y mirando el presente con aliento de vida.
Adquirir, paulatinamente, lo que los otros ofrecen e imponen.
Un proceso que se puede notar con otros migrantes a lugares similares,
mexicanos —por igual— a Estados Unidos; la persistencia —algunos dirán
“necesidad”— de los indios por defender sus tradiciones a donde sea que
vayan, seguirá siendo lo gravoso del asunto de la integración. La
heterogeneidad de las condiciones individuales complica el análisis de
la inmigración.
Más allá de todo lo que implica el indígena migrando, se
encuentran los hombres y mujeres que se enfrentan a condiciones
internas y externas que imposibilitan la ruptura y aceptación de la
integración, sin embargo, son ellos quienes dan un paso por encima de la
desvaloración de las ideologías predominantes como de los propios
prejuicios indígenas La realidad existe lo mismo si no se nombra.
Ana Matías Rendón estudió filosofía. Autora de un ensayo bilingüe (mixe-español) en el libro colectivo Pensamiento y voz de mujeres indígenas (INALI, 2012) y de un breve ensayo sobre la construcción de la imagen del indio en Tierra Baldía, número 54. Dirige la revista electrónica Sinfín.