10.05.2009

Elvira: la migración, vista a partir de la vida de una mujer


La devaluación del peso mexicano, el Tratado de Libre Comercio (TLC) y los desbalances económicos provocados en México durante la década de los 90, obligaron a Elvira Arellano a emigrar hacia Estados Unidos, sin embargo, tras los ataques del 11 de septiembre a las Torres Gemelas, la originaria de Maravatio fue incriminada y así comenzó una larga lucha por materializar un sueño: la reforma migratoria en Estados Unidos. La historia de esta michoacana ha sido captada por el documentalista Javier Solórzano Casarín en la obra intitulada, Elvira, cuya protagonista manifestó en entrevista con La Jornada Michoacán: “quiero invitar a la gente para que vea la película, es lo que viví yo y lo que están viviendo millones de familias. Me gustaría que se den cuenta que existe esa gente que tiene odio hacia nosotros y que hay un gobierno que no está haciendo nada”.

En San Miguel Curahuango, tenencia de Maravatío, Elvira Arellano vivía una situación económica muy difícil durante los años 1995 y 96, por lo que “decidí buscar mejores oportunidades, entonces fui a Reynosa, Tamaulipas, donde duré como ocho meses y después decidí ir a los Estados Unidos, al estado de Washington y después a Chicago. Cuando recién llegué trabajé en una lavandería, cuidando niños, en fábricas y en el Aeropuerto Internacional O’Hare de Chicago, Illinois”.

Al caer las Torres Gemelas, el gobierno de Estados Unidos desplegó un operativo para aprehender terroristas y garantizar la seguridad nacional. Elvira Arellano recuerda: “llegaron a mi casa ocho oficiales federales para arrestarme, los cargos fueron utilizar un seguro social falso”. La primera tentativa de deportarla se pone en marcha, pero ello busca apoyo en organizaciones civiles que defienden los derechos de los migrantes y con ayuda del congresista Luis Gutiérrez se logra detener la deportación, lo que significó un respiro para Elvira: “eso me da la oportunidad para tener mi permiso de trabajo, seguro social y licencia, es decir, vivir legalmente a partir del 2004”.

Esa experiencia convierte a Elvira Arellano en una activista social y en 2004 obtiene una beca para aprender a organizar, la cual le permitió hacer una coalición de africano, árabes, asiáticos, europeos, latinos y migrantes en Illinois. Con esa plataforma social se plantea llevar la organización hacia transformaciones más profundas.

“Ellos querían que aprendiera a organizar en mi comunidad y elaborara un proyecto que pudiera ser exitoso en seis meses. Yo podía haber organizado un semáforo en alguna calle donde hubiera demasiado tránsito o algún programa para mujeres, pero esa no era mi necesidad. La necesidad mía era que no tenía documentos y que hay millones de familias sin documentos, entonces pensé que bien podía involucrarme en la cuestión de la reforma migratoria. Me decían que una reforma migratoria era imposible, pero yo les decía: ‘lograr parar la deportación de una persona es un éxito logrado y que una persona logre su estatus migratorio es un éxito’, entonces por qué no luchar. ¿Quién dice que no podemos lograr una reforma migratoria?”, relata Elvira la forma en que albergó la creencia de que otro mundo es posible.

La Ley HR4437 que criminalizaba a los indocumentados y que planteaba que un ciudadano americano tenía que entregar a un indocumentado, sino podía estar cometiendo delito, pasó al Congreso estadunidense, pero puso en movimiento a los migrantes. Entonces Elvira Arellano entró de llenó a la lucha social: “Pudimos organizar 35 familias que estaban en proceso de deportación y comenzamos a hacer marchas para evitar que esa propuesta pasara al Senado, es entonces que me vuelvo una persona más pública. En 2006 salió muchísima gente a marchar en Chicago y de ahí es cuando Homeland Security me ve como una amenaza. Las marchas fueron a partir de marzo y en junio o julio me llega mi carta para ser deportada en agosto”.

Elvira Arellano pidió apoyo a la Iglesia Metodista Unida en Chicago para lo que ella llama “tomar santuario”, es decir, refugiarse durante todo un año para evitar que la deportación se hiciera efectiva. Al cumplirse el año, decidió salir para dirigirse directamente al Capitolio en Washington, sin embargo, fue expulsada del país y separada de su hijo Saúl que entonces tenía ocho años.

“A veces la gente pensaba que me la pasaba durmiendo, llorando o deprimida en la iglesia, pero realmente fue un gran trabajo y doy gracias a Dios porque encontré en el santuario un refugio para seguir luchando desde ahí a favor de la reforma migratoria. Mi medio de comunicación fue el teléfono e Internet, podía comunicarme con todo el mundo. Fue un gran trabajo y si había momentos de desesperación porque no teníamos recursos, pero me siento muy contenta y agradecida con el obispo de la iglesia metodista que nos llevó regalos de Navidad, gente que no conocíamos nos mandaba cartas o regalos para mis niños, jóvenes de los colegios que acudían a visitarnos para conocernos. Recibí reconocimiento de News American Media por ser la mejor comunicadora, porque gracias a que yo hablé se pudo armar un diálogo sobre el tema de la migración”.

Del grupo de las 35 familias que luchaban por sus derechos en Estados Unidos, Toribio Barrera logró obtener la residencia permanente, Flor Crisóstomo está en santuario, a algunas de las familias las deportaron y otras lograron ganar su residencia.

Esa trayectoria de vida y de lucha es la esencia de Elvira, documental que Javier Solórzano Casarín presentó ayer en el Festival Internacional de Cine de Morelia dentro del programa Cine sin Fronteras y que para la activista es un valioso testimonio de una lucha que no termina, pues “lo más sencillo para Estados Unidos es la deportación y así callarnos, pero gracias a Dios esa voz no se ha podido callar y seguirá caminando por todo el mundo porque a través de este documental seguimos denunciando lo que están viviendo millones de familias en Estados Unidos”.
Calos F. Márquez

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