Braulio Ortiz Sevilla, para el Diario de Sevilla
El comisario y crítico Juan-Ramón Barbancho (Hinojosa del Duque,
Córdoba, 1964) siempre ha procurado que sus investigaciones y muestras
no den la espalda a la vida, convencido de que el arte "permite a los
autores convertir su obra en altavoz a través del cual se puede oír la
voz de gente que habitualmente no se oye, o se oye de una manera
sesgada". Así, este profesional cuya producción se ha especializado en
vídeo y fotografía ha analizado cuestiones como la relación que la
ciudad mantiene con sus habitantes o la perspectiva con que la creación
artística ha tratado a colectivos apartados del discurso predominante
como las mujeres o los homosexuales. Ahora, este experto propone "mirar
desde otro ángulo" el asunto de la emigración en Penélopes. Guardianas de la memoria,
un documental grabado en las sierras de Huelva y Córdoba que toma como
protagonistas a las mujeres e hijas de quienes, concretamente en la
década de los 70, dejaron su tierra para encontrar trabajo.
"La emigración se había contado miles de veces, hay películas y
libros, pero siempre esos trabajos se centraban en lo mal que lo pasaron
los que se fueron. Pero nunca se había narrado cómo vivieron esa
situación las que se quedaron", asegura Barbancho, interesado por las
circunstancias "particularmente difíciles" que tenían esas Penélopes
que aguardaban el regreso de su cónyuge. "En esa época la mujer no
existía jurídicamente. Ellas estaban tuteladas por el padre o por la
pareja, no podían abrir una cuenta en el banco, no podían comprar
nada... No eran nadie sin la figura masculina. Dos de las protagonistas
que participan cuentan que no salían a ningún sitio sin su marido",
recuerda el director de esta película realizada gracias al apoyo de
Sierra Centro de Arte, en Huelva, y en el que colabora la residencia
para artistas cordobesa La Fragua, una producción que ya se presentó en
la Filmoteca de Andalucía y que sus responsables planean proyectar en el
Instituto Cervantes de Berlín, "dado que la mayoría de los emigrantes
de los que hablamos se fueron a Berlín". La narración demuestra a través
de las cartas que se enviaban los matrimonios el poder que el hombre
seguía ejerciendo en la distancia. "Hay un marido en particular que
desde Holanda dirigía cómo matricular a los hijos en el colegio y hablar
con los profesores. En un principio no tenía planteado introducir esas
cartas, pero vi que ese material reflejaba muy bien cómo estando
ausentes esos hombres seguían muy presentes en el funcionamiento de la
casa", apunta Barbancho.
Los primeros testimonios del documental ya reflejan las
dolorosas experiencias de estas heroínas. "El hombre mío se fue para un
año y resulta que estuvo 33. Mi vida, ¿dónde está mi vida? Ya se me
fue", lamenta Carmen Tapia, de Belalcázar, en Córdoba, una de las ocho
mujeres -seis esposas y dos hijas de los emigrantes- entrevistadas en
esta cinta. "Una de ellas", precisa Barbancho, "sí es una mujer
preparada, pero la mayoría eran analfabetas o semianalfabetas, lo que
agravaba esa situación de soledad. Aunque como se quejaba Escolástica,
de Santa Ana la Real, tenían tanto que trabajar que no les daba tiempo a
sentirse solas, liadas con el ganado, las cabras, la casa, los
niños...". Pese a que era "una vida muy dura, no había agua en las casas
y había que acercarse al pozo por ella o al río para lavar", a pesar de
que la escasez de recursos convirtiera un simple Cola Cao en un
privilegio, el autor de este proyecto ha pretendido "que el resultado
final no fuera triste. Por ejemplo, me iban a presentar a una mujer a la
que abandonó el marido, pero lo rechacé: no me interesaba contar una
historia de mujeres abandonadas y hombres malos. De hecho, todas las
mujeres hacen referencia a los regalos que enviaban los maridos, a lo
buenos que eran como padres... La gente se iba lejos de la familia
porque no había otra forma de sobrevivir. Simplemente, estaban en
entornos rurales, y la agricultura no iba".
El mediometraje reivindica la dignidad de unos personajes
aparentemente secundarios en la crónica de la Historia. "Eran mujeres
muy valientes, con un coraje tremendo, como una de ellas, Elena, que se
fue a Alemania a ver al marido sin saber casi hablar castellano y desde
luego sin saber nada de alemán, que se confundió en el aeropuerto y
estuvo dos días dando vueltas por ahí. Son luchadoras que de no haber
tenido ese carácter no habrían salido adelante".
Barbancho, que ha editado recientemente el libro Conversaciones sobre arte, política y sociedad,
defiende que "como escribí para una exposición que hice en Valencia, el
arte del siglo XXI será social o no será. Todos los días estoy
zarandeando a los artistas, no podemos estar sentados en nuestros
estudios como en una torre de marfil. Tú no puedes pensar una cosa y
luego crear bajo los postulados de otra, ahí hay una especie de
bipolaridad", argumenta el investigador. "Cuando hablamos de dinero
público es el dinero del público; si yo como comisario pido una ayuda al
Gobierno para hacer determinado proyecto tengo que hacer que éste
revierta en el bien de la comunidad. Y nos quejamos de que la gente no
va a las exposiciones de arte contemporáneo, pero ¿le interesa a los
creadores lo que le ocurre a la gente?", prosigue alguien que sostiene
que "el arte siempre ha sido social y político. Cuando Napoleón III
encarga al Barón Haussmann que remodele París, es el momento de las
revoluciones sociales y las grandes avenidas ayudan a que el ejército
salga y entre de la ciudad para disolver las manifestaciones".
El comisario observa con interés el regreso de Iniciarte,
el programa de apoyo al arte contemporáneo de la Junta, aunque a su
juicio "habría que apostar más por la inversión y no por la subvención.
Cuando funcionaba, los artistas estaban contentos porque podían comprar
materiales: bastidores, lienzos y botes de óleos. Pero eso no es apoyar
la cultura, el camino se hace formando a los autores", manifiesta
Barbancho, antes de concluir que la pintura contemporánea andaluza "goza
de una salud excelente, pero aquí dentro. Hay autores muy buenos, pero
algunos trabajan con un ideario que a mi parecer está algo desfasado en
el contexto internacional".
2.17.2013
'Penélopes', una mirada "desde otro ángulo" a la emigración andaluza
2.12.2013
La semana pasada una gran parte de la clase política estadounidense se unió para apoyar un proyecto que urge desde hace años: una reforma migratoria
Foto de Francisco Mata Rosas
Obama trazó su propuesta el martes en un discurso en Las Vegas, un día antes, un grupo de ocho senadores –cuatro republicanos y cuatro demócratas– plantearon otra reforma muy parecida. Falta ver si la coalición se mantiene coherente mientras avanza el proyecto, pero la ausencia de reclamos de los republicanos más extremos, sobre todo en la Cámara de Representantes, ha sido muy notable. Todo indica que el partido en su conjunto está a favor de una reforma, cosa que da una revolución al escenario.
Los detalles aún no se han definido, pero el marco básico de una futura reforma incluye lo siguiente: una vía hacía la residencia legal y la ciudadanía para la gran mayoría de los 11 millones de indocumentados que ahora viven en Estados Unidos; un programa de trabajadores extranjeros para asegurar que las necesidades del mercado laboral se cumplan; un programa de verificación obligatoria, para que las empresas sepan que sus empleados tienen el derecho de trabajar; y un incremento en los esfuerzos para frenar el tráfico de indocumentados en la frontera.
El último punto es lamentable. Durante siglos, se ha demostrado de sobra que un control absoluto sobre la frontera no es viable. La distancia es demasiado larga, el terreno es demasiado duro, los huecos son inevitables. Además, casi la mitad de los indocumentados llegan legalmente como turistas, así que un muro electrizado de 100 metros de altura, de Tijuana a Matamoros, no detendría una gran parte del flujo migratorio. Redoblar los intentos a controlar lo incontrolable es una receta para frustración y desperdicio. Peor aún, la propuesta del Senado dice que no habría residencia ni ciudadanía para los indocumentados hasta que se logre un mayor control en la frontera, cosa que no es posible, por lo menos no en el sentido aplicado.
Sin embargo, después de años sin progreso legislativo en este tema, la aprobación de una reforma defectuosa contaría como un gran logro. Con esta sola excepción (y creo que finalmente se tendrá que matizar el control de la frontera como punto de partida), ahora tenemos las dos corrientes políticas en la misma sintonía en cuanto a la inmigración, y por lo tanto, el alcance de lo posible ya es muchísimo más.
El cambio que facilitó todo lo anterior viene de los republicanos. Desde la última reforma en 1986, pese a los esfuerzos de algunos líderes de la derecha, como George W. Bush y John McCain, la base electoral del partido se ha vuelto cada vez más hostil hacia los inmigrantes. Esta oposición al nivel más básico donde nació los Minuteman y donde opera el famoso Sheriff Joe, siempre ha sido suficiente para superar los intentos lanzados desde arriba.
Ya no. Una de las pocas lecciones que tomó el partido republicano de su derrota en noviembre es que no pueden competir por la presidencia mientras los latinos votan cada vez más por el partido contrario. Apenas 27% de los votantes latinos optaron por Romney, comparado con 31% que preferían a McCain en 2008, y 44% que votaron por Bush en 2004. Ya que los latinos forman el sector de la población de mayor crecimiento, tales estadísticas representan una catástrofe electoral.
En pocas palabras, el pragmatismo electoral de los republicanos dejará a los antiinmigrantes políticamente marginalizado por el futuro previsible, por lo menos a nivel nacional. Por lo mismo, la reforma es una vuelta hacia las mejores tradiciones del país, de dar la bienvenida a todos los que quieran trabajar y aportar a la sociedad. Económicamente, es una decisión facilísima. La reforma agregará competitividad a la economía, aumentará la recaudación, y liberará recursos gubernamentales. El gran miedo es que la llegada de cientos de miles de migrantes, muchos de ellos de países pobres, podría frenar el crecimiento de los salarios, sobre todo entre los ciudadanos más pobres. No obstante, como afirmó David Brooks el viernes pasado, un buen número de las investigaciones relevantes llegan a la conclusión de que la inmigración ha tenido un impacto escaso, o hasta positivo, sobre las ganancias de los estadounidenses. En fin, todos ganamos.
Es una lástima que su actitud hacia los hispanos es la única parte de su agenda tradicional que los republicanos han querido volver a evaluar después de la derrota de noviembre; siguen aferrados a sus posiciones extremas sobre el cambio climático, los impuestos, y la venta de armas. Pero en al menos un tema muy importante, ellos han moderado sus creencias, y la consecuencia de su nueva moderación puede facilitar la vida de millones.
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